Ella se encontraba en su rutina
hospitalaria. Yendo de un lado a otro en sus quehaceres matutinos. Amando lo
que hace.

Ella, una persona de altura promedio. Con
cabellos de color rojo pasión. Haciendo que se notara por todo el hospital. Era
tanto su amor por ese color, que se había pintado más de una vez. Era tanto el
gusto de teñirse de ese color, que sus compañeros le decían un sobrenombre particular. El pelo,
lo tenía suelto, y en otras ocasiones se hacía una cola. O se hacía un chongo.
Pero… por rutina hospitalaria, siempre la mantenía sujetada. Se lo había recortado
en varias ocasiones, siempre mantenido un corte en V. Para que cuando se lo
planche o se arregle, y al andar con cabello suelto, se notara, y ella podría
presumirlo por todos los lugares que caminaba.  

Sus cabellos eran rojos, como el alba. Eran rojos como las alas del
fénix. Eran rojos, que iluminaba mi oscuro camino. Y encendía mi pasión por la
vida. Por quererla, por amarla. Rojos como el calor. Calor que me daba cada vez
que me sentía triste y decaído. Pensativo y meditabundo. Melancólico y
taciturno. Pensativo y absorto en mis problemas.  Solo con verla. Sentía el calor que emanaba.
Sentía el calor humano que de ella brotaba. Sentía el sentimiento de mujer que
guarda. El calor humano, que entrega a sus pacientes. 

Sus cabellos eran rojos…
sus cabellos eran cual lava de un volcán en erupción. Y cuando se arregla, y
sale del salón de belleza a tratárselo, sus ojos emanan más calor de lo usual.
Pero sus cabellos me dejan estupefacto. Me dejan atónico. Me dejan perplejo.
Aquellos cabellos, que hasta el momento ya no he visto, muchos menos
encontrado…

Sus ojos… que decir de esos ojos… esos ojos
ni grandes ni pequeños. Ojos de niña. Niña de mis sueños. Esos ojos de tamaño
promedio. Con iris de color café claro, mejor dicho, de color miel. Esos ojos
que brillan. Que nunca han perdido el fulgor. Que siempre lo lleva y que me
mantiene vivo, solo con el hecho de verla. De apreciar aquellos ojos, aquella
mirada. Aquel gesto de armonía, que se dirige hacia mi persona. Haciendo que me
derrita, solo con el hecho se sentir su mirada. Y al notar esa mirada. Mi
cuerpo no sabe actuar. Mi cuerpo queda atónico ante tal gesto. Ante tal obra
maestra, y que Dios fue el arquitecto. ¡Oh Dios, glorifico tu nombre por tener
esta belleza ante mis ojos, y más que eso. ¡Glorifico tu nombre, porque sin
ella no soy nada!  

Esos ojos, por tener
una belleza infinita. Deben de estar cubiertos. Deben de tener una protección
invisible. Y para preservar su belleza, y para que no sea destruido con la
mirada de cualquier mortal. Ella tiene que utilizar anteojos protectores. Pero
lo que nadie sabe, es que esos anteojos, tienen un poder especial. Tiene una
capa de un metal que no es posible encontrarlo sobre la faz de la tierra. Dios
creó un material especial, y decidió crear un material líquido, incoloro, inodoro,
transparente y de bajo peso molecular. Pero… ¿Cómo haría para proteger esos
ojos? Dios en su santa sabiduría. Decide enviar unos ángeles sobre la faz de la
tierra. Y cuando ella se encuentra bajo los brazos de Morfeo. Los ángeles, que
son enviados directamente del cielo, aplican ese líquido especial, sobre los
anteojos, para proteger esos ojos. Y que únicamente alguien especial, podría
apreciarlos. Una persona podría apreciar el cielo que guarda tras esos
anteojos. pero en las noches, se quita los anteojos, dejando al descubierto la
belleza infinita que guarda en sus globos oculares. Pero también Dios manda
ángeles para proteger ese fulgor, que al momento no se ha perdido. Son ángeles
guardianes. Que cubren a toda hora esos ojos, para que nadie pueda arruinar lo
que guardan. Ojos que al momento ya no visto, mucho menos encontrado…

Tiene unos labios hermosos. Ella posee esos
labios, que ningún mortal ha tenido el privilegio de poseerlos. Son unos labios
de tamaño medio. Carnosos. De color rosado pálido. Ellos son unos labios
enternecedores. Son unos labios únicos y diferentes. Labios exuberantes. Labios
únicos e indescriptibles. Detrás de ellos, se guarda el mejor secreto. ¡Una
hermosa sonrisa!  Y solo ella tenía el
don de poseerlas. Dios se los proporciono, sabiendo que es una persona única,
inteligente. 
Esos labios, se encuentran bien estructurados, sabiendo que únicamente
alguien como Dios, se las pudo diseñar. ¡Oh Dios, agradezco que hayas mandado
un ángel como ella a la tierra! Cuando ella esboza una sonrisa, lo hace de
forma espontánea, lo realiza con tal parsimonia y belleza. Que únicamente es
podido apreciarla por aquella persona que la conoce. Aquel que pudo poseer su corazón.
Cuando sus labios, esbozan una sonrisa, y decide combinarse con sus dientes. Realizan
la sonrisa más hermosa, la sonrisa tan tierna, jamás vista sobre este paraíso terrenal.
Al esbozar la sonrisa, se marca los camanances, los cuales son bilaterales,
pero de predominio izquierdo. Y todo esto combinado con sus ojos, con sus
cabellos de color fuego, hacen la perfecta combinación. Es como ver la mona
liza en pintura. Pero Da Vinci, no es el autor de esta gran obra maestra. 
Siendo
una sonrisa escultural, que ni el propio Miguel Ángel, había podido esculpir. Esos
labios… cuando se combina con sus cuerdas bucales, cuando se combina con sus
hermosos dientes. Forman una hermosa sonrisa. Una sonrisa tan risueña, tan
dulce al oído humano. Que pocos entienden esa sonrisa. Esta ejecutada en
niveles tan dulces y agradable al oído humano. Tanto así, que hasta las
ballenas y delfines al oír esa sonrisa. Quedan paralizados en el profundo océano,
con tal de poder apreciar esa sonrisa. Porque no se puede oír en alguien más. Esa
sonrisa… esos labios… esa dulce voz… ya no he oído. Muchos menos encontrado…
Pero…

¿Pero que me pasa?

Solo con describir lo hermosa que es… hasta
la mente del escribano pierde comunicación con sus manos, para poder seguir
describiendo esa dulce hermosura.

Él sentado en una silla. Pensando en la belleza
que tuvo, se pregunta a sí mismo. ¿Abra alguien más, con estas características?
¿Abra alguien más que posee esta belleza sinigual? Y demás preguntas que ronda
su lóbulo derecho.

Mientras ella vive su vida, como fue
encomendado. Siendo libre y feliz.

Él queda pasmado, ante la belleza que poseyó,
pero no la supo apreciar. Ahora vaga por los rincones de esta tierra. Con alma
que no es aceptado en el cielo, por no saber cuidar de un ángel. Y rechazado
del infierno, por no querer aceptar tal crueldad que él posee.

Ante tal insolencia. Él vive una vida vacía.
Una vida, donde únicamente queda vivir día a día.  
Llegando a la casa, sin poder
oír su voz. Sin poder ver esos ojos. Sin poder apreciar esa sonrisa. Sin poder recibir
sus besos, que ella daba con pasión. Tal pasión… que esos labios marcaban sus
mejillas o sus labios cada vez que recibía un beso.

Él, ante la crueldad que tuvo con ella. Ahora
tiene que soportar este infierno sobre la tierra. Este infierno, donde no hay
fuego, ni demonios. 

Vaga sobre la tierra, queriendo saciar su sed con sus
labios. Queriendo liberar su alma, solo con ver su mirada. Quiere quitarse su
carga con el hecho que ella pronuncie palabras de aliento. Quitarse ese pesar
al recibir un abrazo de ella.

El escribano… triste y acongojado. Recuerda
que hoy es el día internacional de la mujer.
Por tanto, decide recoger todas sus penas,
dolor, llanto y lágrimas derramadas que están en el suelo de la desdicha. Y decide
sonreír, porque hoy es un día especial. Donde recuerda que la mujer es un ser
especial. Celebrando otro año más de lucha. Otro año de demostrar al hombre,
que sin ella no se puede hacer nada. Que, sin ella, nuestro mundo se derrumba. Nuestro
mundo no tiene el equilibrio que uno desea. No existe un balance, porque sin
ella no somos nada. Sin ella, no podemos vivir. Sin ella, nos es difícil vivir.
De hecho, no podríamos vivir. Y si tú le das algo, ella lo transforma. Así como
transforma nuestra vida. Transforma nuestros pensamientos. Transforma nuestro
actuar.

¡Ahora que lo pienso!
Tú me cambiaste…
Tú me guiaste…
Tú me tendiste tu mano, cuando nadie más lo
hacía.
Tú estuviste conmigo, cuando nadie más lo
hacía.
Tú me ayudaste, cuando nadie más lo hacía.
Tú creíste en mí, cuando nadie más lo hacía.
¡No he dicho quién eres!
¡No he dicho tu nombre!
¡Pero tú sabes quién eres!

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